Ilustraciones de Henri Matisse

 

Siete de la mañana un día cualquiera de Julio. El aire tiene una mezcla de olor a invierno y a basura.

Todavía no amanece, el cielo está semidespierto, lagañoso y oscuro.

Benita Domínguez es su nombre, tiene menos años de los queaparenta y más kilos de los que debería.

Camina con alguna dificultad, las várices, como raíces, parecen atarla al piso.

- ¿Querés mate o té? Pregunta en voz baja al hombre recostado en el catre.

Cuatro chicos duermen en la cama matrimonial, los otros tres en la pieza del fondo, cruzando el patio.

Apaga el fuego con apuro, parece que hasta el silbido del agua pudiera despertar a los niños. Y es mejor que duerman hasta tarde, porque hace frío, y en la cama están más calentitos que en la calle con esas zapatillas mugrosas y sin medias.

- Haceme acordar que saque el brasero, que hoy viene la asistente. Siempre está jodiendo con que no lo use, que nos vamos a morir todos acá adentro, que se me van a intoxicar los chicos... ¡qué se yo!. Se nota que no ha mirado la cantidad de rendijas que hay acá. De frío nos vamos a morir, eso sí.

El, en silencio, la mira trajinar. La escucha renegar mientras sorbe el mate amargo.

Hace meses que está sin trabajo, alguna changa de vez en cuando le levanta el ánimo un poco, siempre pensando que mañana va a salir otra, que la racha se termina. Años de andamio, de asadito el día de llenado de la loza, de soles furiosos y heladas certeras, años de trabajo, y ahora nada.

Desde que pasa tanto tiempo en la casa se dedica a conocer los secretos de las vecinas. Secretos hereditarios podría decirse, porque en cada chica del barrio se ve venir a otra igual. Aunque algunas vayan a la escuela su mayor habilidad es el aguante. Uno no alcanza a entender qué les parece tan bueno.

Y bueno, son mujeres, piensan solo en lo que les gusta, lo otro lo ignoran, no lo miran, no les importa. Hoy lloran desesperadas y mañana se juntan a comentar la novela como si la vida de la protagonista tuviera algo en común con la suya.