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E n · e l · m i s m o · l u g a r

Ambiente de la casa, de los locales, del barrio
que veo y por donde camino: años y años.

Te he dado forma en tristezas y alegrías,
con tantos hechos, con tantas cosas.

Y todo entero te has trocado en sentimiento, para mí.

1929 - Versión de Miguel Castillo Didier

C u a n t o · p u e d a s

Y si no puedes hacer tu vida como la quieres,
esfuérzate en esto al menos
cuanto puedas: no la envilezcas
en el contacto excesivo con la gente,
en demasiados trajines y conversaciones.

No la envilezcas llevándola,
trayéndola a menudo y exponiéndola
a la torpeza cotidiana
de las compañías y las relaciones,
hasta que llegue a ser pesada como una extraña.

1905-1913 - Versión de Miguel Castillo Didier

M y r i s : A l e j a n d r í a · d e l · a ñ o · 3 4 0 · D . C .

Al saber la desgracia de la muerte de Myris,
fui a su casa, aunque detesto
visitar las casas de cristianos,
sobre todo en duelo o fiesta.

Me quedé en el pasillo. Era inútil
aventurarse más, pues los parientes
al saber mis relaciones con el muerto
dieron muestras de perplejidad y de disgusto.

Le habían colocado en una gran estancia
que desde mi rincón veía
en parte; con tapices riquísimos
y objetos de oro y plata.

Permanecí llorando de pie en mi rincón al final del pasillo.

Y pensé que nuestras reuniones y salidas
no serían lo mismo sin Myris;
que no lo vería ya más en nuestras
desordenadas y magníficas noches
alegrarse, y reír, y recitar
con el perfecto ritmo de su griego;
y pensé que para siempre había perdido
su belleza, que nunca más tendría
lo que yo amaba tan apasionadamente.

A mi lado unas viejas, en voz baja, hablaban
de sus últimos instantes-
él repitiera constantemente la palabra Cristo,
sosteniendo en sus manos una cruz-.
Después entraron en la habitación
cuatro sacerdotes cristianos, que dijeron fervorosas
plegarias a Jesús,
o a María (escasamente conozco sus creencias).

Nosotros, por supuesto, sabíamos que Myris era cristiano.
Desde el primer momento, desde
los años ya perdidos en que vino con nosotros.
Pero él vivía como uno de los nuestros.
Entregado al placer como ninguno;
pródigo de su hacienda en diversiones.
De la opinión del mundo descuidado,
gustaba de arrojarse en peleas nocturnas
si por casualidad hallábamos
otros grupos rivales.
Jamás hablaba de su religión.
Pero en una ocasión cuando
le dijimos que nos acompañara al templo de Serapis,
pareció disgustarle
esa broma: así lo recuerdo.
Y también algo que sucedió otra noche.
Cuando alzamos nuestras copas brindando por Poseidón,
él se apartó, volviendo el rostro.
Y cuando entusiasmado uno
gritó que lo encomendásemos
al favor y la protección del grande,
el hermoso Apolo –en un susurro dijo Myris
(por los demás no escuchado) "más no a mí".

Los sacerdotes cristianos en alta voz
oraban por el espíritu del joven.
Vi con cuánto cuidado,
con qué delicada atención
a las menores formalidades de su religión disponían
todo el funeral cristiano.
Y de pronto un oscuro sentimiento se apoderó
de mí. De forma indefinida estaba perdiendo a Myris;
volvía a los suyos, como cristiano
al fin, y tan sólo yo era extraño
allí; pensé entonces
si la pasión acaso no me habría engañado: si quizás no había
sido siempre extraño a él.
-Corrí alejándome de aquella horrible casa,
antes de que pudiera arrancarme, deformar
su cristianismo mi memoria de Myris.

1929 - Versión de José María Álvarez